lunes, 4 de febrero de 2008

SOFIA LONDOÑO DE RESTREPO

Ésta fue para mí una de las mujeres más especiales en mi vida. Enviudó estando muy joven, casada con José Luis Restrepo, mi abuelo amado y desconocido, el cual se marchó en 1925.Quedó pues Sofy a la deriva como barco sin rumbo y con un par de hijos, Beatriz y Guido. Mi madre era la mayor y tan solo tenia cinco añitos. Viéndose mi abuela en tal situación, decidió arrancar para Europa con sus dos críos. Me imagino, a tomar consejo de su cuñado Juan María, alto prelado en Roma por esa época. Trascurrieron algunos años y por fin volvieron a estas tierras, ya para asentarse definitivamente. De la primera casa que me acuerdo, si mi memoria no me falla, estaba ubicada en la carrera el Palo, una cuadra antes de la Playa, muy cerca a la de su padre Don Paulino Londoño, donde íbamos los fines de semana a jugar con avispas quita calzones que estaban anidadas en el segundo piso de aquella casa. Vivian con mi abuela en ese entonces, la señora Clementina Trujillo, fundadora de Almacenes la Primavera, a quien se le dio el honor de ser mi madrina de bautizo, que por supuesto no recuerdo, pues murió al poco tiempo. También estaba nuestro tío Guido y Maruja, su ama de llaves. Desde que tengo uso de razón, recuerdo a mi abuela como gran benefactora y protectora de todos los sacerdotes de Medellín y pueblos aledaños. Tenía con otras amigas,algo así como un club de fans por los sacerdotes y organizaban bazares y todo tipo de celebraciones, ventas de empanadas, en fin, todo lo que se quiera imaginar con el fin de recoger plata para éstos. Otra de sus innumerables virtudes era ayudar a los menesterosos, hoy en día mendigos, que acudían a su casa cierto día de la semana para recibir un billetico de peso amarrado finamente en un papelito. Nunca se quitó el luto por su adorado José y jamás tuvo hombre distinto a él y a Jesús, pues los dos eran su adoración. Fue una mujer prudente y reservada hasta el día de su muerte a principios de los 80s. Si existe cielo, paraíso o como se le quiera llamar, creo, sin duda alguna, que ocupa un puesto privilegiado por su ayuda y entrega desinteresada a los sacerdotes y a los necesitados.

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