martes, 12 de febrero de 2008

MIS NAVIDADES

La avenida la playa desde el teatro Pablo Tobon se engalanaba de luces y bombillos, pero bombillos grandes de todos los colores, los arboles parecían cargados de racimos de frutas. Bajaba pues esta gran cascada de luces , sin avisos ni alegorías a nada, sino luces hasta Junín donde giraba para proceder a derramar el gran resplandor en el parque de Bolívar ,donde remataba con la fuente que hacia un borbotón de agua y colores contrastando con la milenaria iglesia. Todo esto se acompañaba con un paquete de críspelas dulces y calientes, o un delicioso cono de la San Francisco. Luego se cogía el carro para ir a ver el alumbrado de la Avenida el Poblado que era en ese entonces de un solo carril y quedábamos extasiados viendo los alumbrados tanto de las casas como de los arboles que habían en el medio de la avenida. Por la Agucatala bajábamos a la autopista para ver las fabricas que sin faltar ninguna ,lucían sus alumbrados.
Se conservaba pues el espíritu navideño y la unión de familia y se creía aun en el niño Dios y en Papa Noel, los veinticuatro nos acostábamos temprano esperando la sonora campanita en el primer piso que anunciaba la llegada del niño Dios, a lo cual salíamos veloces escaleras abajo para llegar a la sala atestada de regalos bajo el árbol. Me imagino que el poder de adquisición era mucho mas grande en esa época pues se podía encontrar regalos de un sinnúmero de familiares par cada uno de nosotros. El árbol era gigantesco y también cargado de miles de bombillos y toda serie de bombas de diferentes colores donde podías ver reflejada tu cara en forma de pescado. Comenzaba pues la rapiña de regalos y las miradas recorrían de lado a lado las etiquetas de los traídos buscando afanosamente nuestro nombre, para proceder a desbaratar los papeles de celofán y sacar los regalos. Carros de Policía ,cohetes Apolo , muñecas gomelas, maletines de doctor y kits de cocina, eran los principales regalos. Después todos en compañía de nuestra abuela Sofi y nuestro tío Guido pasábamos a manteles donde degustábamos unos suculentos pollos horneados acompañados de una gran ensalada y los infaltables ñoquis de nana, y para terminar con broche de oro una deliciosa leche asada, postre muy famoso en aquella época. En la tarde salíamos en compañía de mi padre y mi madre a llevar a Virginia una señora muy pobre, un gran mercado al Barrio Villa Hermosa.
Al otro día todo volvía a la realidad y despertábamos de nuestro sueño para empezar en mi caso a desbaratar los juguetes para ver su funcionamiento. Estos pues eran los Diciembres de aquella época dorada y lejana.

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